El subtítulo de este texto encierra encuentros desde la vida y para la vida. Esa mochila que vamos llenando de rostros, de gestos, de abrazos, de risas y de lágrimas, de conversaciones en la barra de un bar o en el banco de la Iglesia.
Encontraréis Salmos fruto de encuentros esporádicos. A veces la intensidad de un momento deja el rescoldo de un fuego voraz y necesario. Suele ser algo sorprendente y sorpresivo, como una ola que te moja sin que puedas evitarlo y que regresa al mar.
Otros retratos son versos circunstanciales: momentos de gracia o de tristeza que mueven a la súplica. Ritmos de música o del arte; superación física o deportiva; catarsis colectivas; relato de enfermedad o de fiesta.
Y, como no, la mirada de la debilidad: mis colegas de la droga, de las diferentes adicciones, de las prisiones; los migrantes sin papeles, con un suelo embarrado bajo sus pies, pero con nombre propio; los menores con familias rotas, creciendo en soledad y a la intemperie. Las víctimas de la trata o del comercio de seres humanos, corazones anónimos. Los amigos de la calle que, respiran, incomodan y llaman con la lengua estropajosa a horas imposibles. Rezar con ellos, y desde ellos, es casi una deuda.